8/11/09

BUENAS INTENCIONES




La muchacha solloza sentada en un banco de la plaza. A unos metros se arremolinan las palomas. Un niño les da comida, forman ciudades de círculos que se abren y cierran. Una de las aves se aparta del grupo arrastrándose, es su pequeña ilusión, que ha caído al suelo en picada. El chiquillo va tras el ave herida, preocupado, y las otras palomas lo siguen a él, porque deja un sendero de migas.

La joven marca un número en su celular, dice todavía llorando: yo tenía buenas intenciones, su voz es dulce y se interrumpe por gemidos parecidos a los de un bebé.

Un pequeño con el pantalón roto en las rodillas y los dedos desnudos, se acerca saltando las sogas que impiden pisar el pasto. Cruza los brazos y dice mirando a la paloma ¿Qué pasó acá? Con aire de ¿Qué le hicieron? Y el tono de un hombrecito cinco años mayor que él mismo.

“Se rompió un ala, la va atrapar un perro y la va a comer”.Contesta la madre del primer niño, molesta porque quiere irse a casa. Su hijo llora. La joven llora. La señora le tironea del brazo con fuerza, pero él dice que hay que salvarla ¿Qué pasó acá? El guardián de los animales repite con tono de hombre de familia, también es guardián de los menores, mirando al niño.

El niño suplica al guardián – Sabe que en él está el poder de salvar a todos, que por eso lleva los dedos descalzos y tiene ese golpe negro en la frente-. La muchacha guarda el teléfono en la cartera y se suena la nariz, ella también mira al guardián, pero como si lo viera a trasluz. La paloma herida levanta vuelo, sube a la rama de un árbol. Todos están sufriendo, nadie ve que se ha marchado, ahora ella los observa desde el árbol.


Giselle Joandet

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