4/10/09

Cosas que vi




Empezando por hace un tiempo.
Con la cabeza recostada en el sillón y los ojos cerrados. La habitación se transformó en embudo, descendí en círculos desde mi ombligo hasta el centro de la tierra, liviana como una muñeca de torta que ha sido arrojada por la ventana. Pero qué fantástico caer así, cuando no sabía que existía tanta distancia entre mi casa y alguna parte.
En otra ocasión en mi cuarto, varios días después, se abrió un bosque al costado de la cama. Donde está la pared, había un bosque. Me gusta pensar que eran álamos, aquellos árboles altos y con clase, o tal vez hombres delgados con zancos, ensayando una obra de teatro. Las ramas eran de color ceniza y de ellas pendían lámparas de querosén. Quizás sea un dato relevante, que me sentía increíblemente feliz. Un caballo gordo y blanco pasó galopando y se tendió a lo lejos, a descansar. - ¿Lo notaste? ¿Notaste al caballo?- pregunté a quien entonces todavía me amaba, tocándole el hombro, cuando la imagen desapareció. –Era un unicornio- replicó.- Estaba enfermo-. Me entristecí por la noticia, pero que él compartiera el mismo paisaje que yo, me generó a la vez un gran alivio.
En otra circunstancia viajé al pasado, con la mente supongo, hallé muy nítido en la casa de mi infancia un cuadro que pintó mi madre. Era un barco de noche en el mar, descansé mis manos abiertas en sus luces.
La última vez, hace dos días. Sin estar preparada, vi ventanas negras, de vidrio duro y perfección rabiosa, las más altas de un edificio interminable.
Yo estaba en el cielo, tenía la contextura de un pez y las contemplaba desde afuera, relamiéndome por su belleza, como si fuera a comerlas.
El verdadero placer habría sido hacerlas pedazos, ser el pez asesino que se enfrenta a ellas y muere intentando esa misión.
Claro que también he presenciado cosas crueles, las peores a edad temprana. Cuellos de jirafas y de hombres saliendo del grifo, de la pileta del baño. Pequeñas huellas de sangre, de pie número 24, secándose al sol.
Mujeres encerradas en cuadrados, dibujados en las hojas de un cuaderno.
Actualmente me visita un hombre con sobrero de copa. Prefiere acomodarse en el cuarto de al lado, siempre en el cuarto de junto de donde sea que yo esté, por eso nunca puedo verle la cara.
Me han ofrecido ayuda para terminar con las visiones, pero lo que en verdad necesito es un guía que sepa dónde encontrar al caballo blanco. Bendecida desde niña con los poderes para curarlo, nunca debí haberme quedado de este lado de la pared.


Giselle Joandet


1 comentario:

  1. Aunque en el blog no se lee bien, es muy bonito el cuento!!!. Un pajarito me lo paso y lo pude leer todo =). Saludos!!! Muy bueno el blog, felicitaciones chicas!!!

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